Presidente Balmaceda |
Esta tropa improvisada aniquila al Ejército, según el
general Izurieta, “siempre vencedor, jamás vencido”. Ambas refriegas son
brutales. Quienes capitulan, en el acto, son fusilados. Los centros
hospitalarios se atiborran de heridos y mutilados. La atmósfera –en todo el
país- se impregna de pólvora. El odio, el rencor y el miedo tornan sombríos los
rostros. Domicilios de los presidencialistas derrotados son objeto de allanamientos y pillajes.
La administración publica es “depurada” de quienes no
están adscritos a la bandera contrarrevolucionaria. La Casa de Bello
intervenida y privados de la cátedra los sospechosos de simpatía con el
mandatario depuesto. En esa tarea espuria opera el médico José Joaquín Aguirre. Las cárceles se repletan. En Santiago las misiones
diplomáticas asilan a personeros del régimen. Otros se refugian en buques
extranjeros o huyen por los boquetes cordilleranos.
Los
triunfadores son asesorados por mercenarios alemanes como Emilio Korner y
financistas británicos –entre otros- John North. El proyecto balmacedista
–salitre nacionalizado, fomento industrial y banca estatizada- queda en el
ayer. Aunque amparado por la Legación de Argentina, Balmaceda se suicida. El
eco de aquel disparo –a poco más de un siglo- aun retumba en el alma de la
chilenidad. Es el 19 de septiembre de aquel año trágico.
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