No pocos racistas evaluaron –ayer y hoy- al amerindio como un infrahombre, es decir, una alimaña tan peligrosa como despreciable. Su primer teórico es Juan Ginés de Sepúlveda. Su contraparte Isabel la Católica y Bartolomé de las Casas. La controversia la enciende el sermón del sacerdote Antonio de Montesinos en la catedral de Santo Domingo –hoy capital de República Dominicana- víspera de la Navidad de 1511. El choque entre una tesis “animalizadora” y otra “humanista” de rebote genera el resurgimiento del mito del “buen salvaje”. Se incuba en el Renacimiento. Se hace doctrina con Miguel de Montaigne y Juan Jacobo Rousseau. Presenta a los pobladores autóctonos como virtuosos ciudadanos de una especie de paraíso perdido, expresión de la Edad de Oro pulverizada al imponerse la Edad de Hierro con las tizonas de la Conquista. Nada más falaz. Los indígenas eran “humanos, demasiado humanos”. Como tales capaces de exhibir comportamientos nobles y villanos, cualidades y taras, obras de belleza sublime y comportamientos abominables.
Los aztecas oprimían, con ferocidad, a decenas de pueblos de la periferia del Anahuac. Aun más, diezmaban a la población joven de esas colectividades mediante la “guerra florida” equivalente en la Grecia antigua a la cripteia practicada por los lacedemonios entre periecos e ilotas. Eso explica que Hernán Cortés fuese recibido, en palmas, como un libertador. Francisco Pizarro encuentra el Incanato desquiciado por una guerra civil de tipo dinástico. En ella Atahualpa se impone a Huáscar y la burocracia superior sometida a prolijas purgas sólo equivalentes a las de Stalin. Los vencidos ven con el arribo de esa diminuta falange de castellanos la ocasión para la vendetta. En el extremo austral, los mapuches no logran jamás –pese a los esfuerzos lautarinos- articular un Frente Amplio. Son odiados por los picunches y temidos por los huilliches. Hacía poco oficiaron de invasores provenientes de la llanura platina. Las tropas auxiliares de Pedro de Valdivia la integran, principalmente, flecheros picunches. Son ellos y no los hispanos quienes sorprenden y ejecutan a Lautaro en la ribera del Mataquito.
Los aztecas oprimían, con ferocidad, a decenas de pueblos de la periferia del Anahuac. Aun más, diezmaban a la población joven de esas colectividades mediante la “guerra florida” equivalente en la Grecia antigua a la cripteia practicada por los lacedemonios entre periecos e ilotas. Eso explica que Hernán Cortés fuese recibido, en palmas, como un libertador. Francisco Pizarro encuentra el Incanato desquiciado por una guerra civil de tipo dinástico. En ella Atahualpa se impone a Huáscar y la burocracia superior sometida a prolijas purgas sólo equivalentes a las de Stalin. Los vencidos ven con el arribo de esa diminuta falange de castellanos la ocasión para la vendetta. En el extremo austral, los mapuches no logran jamás –pese a los esfuerzos lautarinos- articular un Frente Amplio. Son odiados por los picunches y temidos por los huilliches. Hacía poco oficiaron de invasores provenientes de la llanura platina. Las tropas auxiliares de Pedro de Valdivia la integran, principalmente, flecheros picunches. Son ellos y no los hispanos quienes sorprenden y ejecutan a Lautaro en la ribera del Mataquito.
Los discípulos de Marx y otros que aun se asocian a Las Casas visualizan, por ejemplo, a Pizarro como despótico señor feudal de horca y cuchillo cuyo chasquido del látigo aun les hiere los tímpanos y a Atahualpa cual indefenso siervo de la gleba. El Inca es un monarca absoluto y el conquistador el cabecilla de una falange de aventureros que se juegan la vida cada minuto. Otros que desplazan el antagonismo de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea evaluan a los ibéricos como representantes de la burguesía. Las masas aborígenes constituirían el proletariado. Esta es otra caricatura. Ese esquema de estratificación válido para Europa no ensambla con la realidad que encuentran aquí las diminutas legiones de improvisados soldados de Carlos V. Están acosados por una multitud de quechuas y aquí y de aztecas allá. Pese a la superioridad que les confiere el acero, la pólvora y el caballo viven con el credo en la boca y empuñando la tizona. En síntesis, el esquema de la lucha de clases diseñado en El Manifiesto Comunista no cabe en este inédito universo que el mestizaje tornará aún más complejo.
Desde otro ángulo, la naturaleza del Nuevo Mundo habría estado incontaminada –una especie de clásica Arcadia o de paradisíaco Pumalín- hasta el momento mismo del inesperado hallazgo de Colón. De allí en adelante sobreviene el tsunami de la depredación. Lo efectivo es que las heterogéneas colectividades indígenas no pueden polucionar el paisaje por su mínima densidad y hábitos nomádicos. Sin embargo, hay testimonios de tala de bosques al establecerse tolderías y ciudades al adoptar algunos pueblos la sedentaridad. Practican, por otro lado, la cacería de especimenes de la fauna terrícola y marina. Un caso paradigmático es la extinción de un equino de origen presumiblemente mongol. En vez de domesticarlo para tiro, carga y montura optan por la captura para el consumo. Hay expertos que explican la condición crepuscular de la civilización maya por la sistemática destrucción de la capa vegetal del suelo derivado de fogatas con que esas tribus cierran el ciclo de la cosecha de maíz. El alegato de la ecología profunda pareciera entonces carecer de asidero.
Visualizar la Conquista en blanco y negro, es decir, como una reyerta entre el bien y el mal o un enfrentamiento entre la justicia y la arbitrariedad. Tal percepción es maniquea y no objetiva y tomar partido, a cinco siglos, una puerilidad. Hubo nobleza y bellaquería en uno y otro bando. Los nietos y biznietos de conquistadores y de encomenderos que consiguen la Independencia se autolegitiman impulsando la Leyenda Negra y la indolatría. Hoy en este “mundo ancho y ajeno” los aborígenes son apenas el 5% de la población. La casta dominante es el otro 5%. Es la continuidad de la elite semicaucásica que funda las repúblicas. El 90% restante, como señala Rubén Blades, son “hijos de la mezcla” de los que llegan con las que están más el componente afronegro. He allí las tres vertientes fundacionales. No somos “caras pálidas" conquistadores y tampoco “pieles rojas”conquistados, sino producto de un proceso pluricentenario de amalgama que ignora el apartheid. Bolívar expresa: “somos un pequeño género humano mixto”, es decir, mestizo. Tal es la identidad que debemos asumir.
1 comentario:
Estimado Pedro que alegria de encontrar una pagina tuya,con esto
solo me queda felicitarte,y ver tus
articulos,que siempre estas publicando,por eso te felicito de
corazón y te deseo mucho exito,en
esta lucha al Premio Nacional de
educación que tan dificil es tenerlo
cuando no hay un padrino político de
por medio,y en esas condiciones es
muy duro conseguirlo
Atte
Miguel
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