lunes, 9 de noviembre de 2009

NICOLAS PALACIOS: MEDICO, IDEOLOGO Y REPORTERO (*)

El autor de las crónicas de prensa que hoy se publican es apenas conocido por “Raza chilena”. No se le menciona en aula. Mientras se apresta el establisment a festejar en Bicentenario se desconoce la legión del Centenario en la cual es figura destacada. No es escaso el microcéfalo que lo identifica con el fascismo o el nazismo. Se trata de un error, pues esa obra antecede a Mussolini y a Hitler. Antes de analizar sus teorías etnológicas es conveniente ubicarlo en su contexto sociohistórico. Se trata de uno de los preclaros representantes de la Generación de 1910. Su biografía exhibe tres datos que son claves: es provinciano, de clase media y producto del Estado docente. Nace en Santa Cruz, Colchagua –riñón de la chilenidad- en 1854. Cursa básica en lo que entonces es un aldeón de casas de adobe y teja. Luego en Santiago estudia en el Instituto Nacional. Ingresa, con posterioridad, a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Contribuyen a plasmar sus convicciones Francisco Bilbao, Diego Barros Arana, Manuel A. Matta y, de modo particular, José V. Lastarria. Sus estudios médicos lo empujan a la doctrina darwinista y algo más tarde las teorías spencerianas.



Al estallar la Guerra del Pacífico se incorpora a la campaña. En 1890 obtiene el título de médico cirujano. Sobre la marcha analiza a Gobineau, Ammon, Lapouge y Chamberlain. En esos años se sumerge en las obras de biología, etnología, psicología, filología e historia de España y Chile. Apoyado en tales estudios se entrega a la dilucidación del origen del pueblo chileno. Se puede sostener que es la etapa en que se gesta “Raza chilena”. En la contrarrevolución de 1891 es neutral. Si embargo, simpatiza los principios jurídicos enarbolados por los in­surrectos en adversarios de Balmaceda: libertad electoral y preponderancia del Poder Legislativo. A poco andar –después de Concón y Placilla- y ya radicado en Iquique suscribe el programa del Presidente mártir propiciando la na­cionalización de la industria salitrera, de la ferrovía y de la banca. Ello lo empuja a una postura nacionalista. El capitalismo británico y la oligarquía criolla serán siempre visualizados como enemigos. Combate la denominada "combinación salitrera" cuyo manejo es londinense. De allí que los británicos residentes lo aíslen etiquetándolo de “bóxer” equivalente a ser ayer visualizado como “vietcong” u hoy discípulo de Al Qaeda. Brega por dar al Estado un mayor protagonismo económico y es proteccionista, es decir, se adscribe al nacionalismo económico. Se opondrá, en consecuencia, al liberalismo que, desde la cátedra de Economía Política de la Universidad de Chile, difunde el académico francés Juan Gustavo Courcelle Seneuil quien es el precursor del modelo neoliberal impuesto por los Chicago Boys y perfeccionado por la actual coalición de gobierno.

Su trabajo de médico en los campamentos le permite conocer in situ al pueblo trabajador al que ve sometido a duras condiciones de vida. Su permanencia en Tarapacá se traduce en una adhesión apasionada a las clases populares. Sus estudios los com­plementa con la observación directa "conversando con jornaleros, mayordomos y artesanos". Allá, en el norte, prepara su obra tan magna como controvertida: "Raza chilena". Este texto –recientemente reeditado- posee carácter patrió­tico. Se equivoca en aquella parte donde expone sus teorías raciales. Sin duda, el chileno medio no es un espécimen mixto tudesco-mapuche. No obstante, es tan lúcido como irreverente al dar señal de alarma ante los problemas económicos y sociales de Chile. Su pu­blicación fue una patriótica protesta frente al colonialismo económico, las injusticias imperantes y el lujo insultante de la elite. Así lo reitera en las crónicas de prensa en que denuncia la masacre de pampinos en huelga. Eso que el "roto" es un mestizo góticomapuche es doctrina con la cual no coincidimos. El chileno legítimo –sostiene- es ajeno a la latinidad, aunque sus apellidos indiquen lo contrario. No obstante, su defensa del mestizaje como fenómeno es un aporte que contribuye a superar el afán euroblanquista que se ha impuesto en el país por la casta dominante.

Palacios en una sesión del Ateneo expone su trabajo "Decadencia del espíritu de nacionalidad". Es difícil definirlo con esa precisión reduccionista tan difundida en el país de “izquierda” o “derecha”. Lo cierto es que escapa a tan estrecha y afrancesada clasificación. Ubicarlo dentro de una filiación ideológica precisa es imposible. Aunque, fundamentado en la ciencia de su momento en lo etnológico está equivocado. Por otro lado, aunque defensor de la democracia social condena al socialismo. Es –a veces- contradictorio. Sin embargo, denuncia las miserables condiciones de vida de campesinos y mineros. Las conoce empíricamente por ser oriundo del Chile central y por vivir tres lustros en el norte salitrero, ejerciendo su apostolado en contacto con los pampinos. Es crítico de la clase dominante y, en cambio, reivindica a la masa popular. La exalta en lo biológico, en lo psíquico y en lo social. La estima postergada enjuiciando como torpe traer inmigrantes europeos para la colonización agraria. Igual que el ilustre Simón Rodríguez exige colonizar con criollos. Ello –entre otros factores- porque se percata que miles emigran a Argentina.


Sostiene sus enfoques por la prensa firmando notas como Justo Pérez o “Un Roto”. Tema principal, aunque no único: la explotación padecida por los obreros salitreros. Esta inquietud vuelve a actualizarse al referirse en varios reportajes a la masacre de la Escuela Santa María. Los remite a Valparaíso. Constituyen la denuncia más contundente del genocidio. Los publica el diario “El Chileno” sostenido por el Arzobispado de dicho Puerto. Hoy se rescatan en la conmemoración centenaria de esa hecatombe. En brega con los microfilms de la Biblioteca Nacional se logran publicar en la presente obra que se entrega como homenaje al Pampino Desconocido. Verifica que el genuino nacionalismo que anima a Palacios no ha estado jamás divorciado del afán de justicia social. Esta dedicado a nuestro egregio amigo el Dr. Diego Whitaker Rojas quien –amén de padecer incomprensiones de montescos y capuletos- es un apóstol de la medicina social en Santiago surponiente. Constituye, además, el aporte del Centro Recoleta de la Universidad Arturo Prat a centenario de aquella masacre que enlutara al país.

La educación pública es motivo de inquietud para Palacios. Insiste que constituye un escándalo que 70 de cada 100 chilenos sean analfabetos. Informa que el Congreso rechaza el proyecto de instrucción básica obligatoria. Como todos los representantes contestatarios del Centenario impulsa ese texto legal que dos decenios después logra imponerse durante la Presidencia de Juan Luis Sanfuentes. Argumenta: “la escuela es una fábrica de fuerza social y la ilustración un arma de triunfo en la lucha por la vida, que no debe­mos omitir ningún esfuerzo hasta obtenerla para todo chileno. No nos detengamos ante el dilema que las escuelas sean laicas o conventuales. Lo importante es que existan. Todo roto sabe de lo importantes que son y si quedan ignorantes es porque no han tenido una en cuatro leguas a la redonda a donde mandar a sus hijos”. Sin embargo, insiste en que impartan una educación tecnológica y no palabrera. En ello antecede a Francisco Antonio Encina que un lustro más tarde replantea esta doctrina pedagógica con mayor fundamento en “Nuestra inferioridad económica” y en “La educación económica y el liceo”.

Lo expuesto demuestra lo valioso y pionero del ideario de Palacios, pese a lo discutible de sus teorías racistas. Expresa las angustias de un hombre de la mesocracia que, en torno al Centenario, es uno de los “autoflagelantes” del Centenario entre los que sobresalen Guillermo Subercaseaux Pérez, Tancredo Pinochet Le-Brun, Francisco Antonio Encina, Julio Saavedra, Luis Galdames, Alberto Edwards, Alejandro Venegas, Pedro Allende. Estos “aguafiestas” las emprenden contra el festejo. Enjuician el desgobierno propio del parlamentarismo, la desmoralización de la clase política y la penetración foránea. Estiman corrupta a la elite dirigente. Denuncian la miseria de “los de abajo” y el lujo insultante de la “la gente linda”. Critican la bancarrotaca de la administra­ción pública, en la son frecuentes desfalcos, subs­tracciones de documentos, falsificaciones e incompeten­cia. Los inquieta la desnacionalización de la economía y de los estilos de existencia de la plutocracia así como el pauperismo de las clases po­pulares.

Al analizar la ocupación de los espacios vacíos estima que la agri­cultura todavía posee futuro. Sin embargo, nuestro terri­torio debe ser, a su entender, poblado en forma sistemática por chilenos y no por emigrantes extranjeros. Al vincularse al suelo, en debidas condiciones, pros­pera y produce. Condena la estrategia de colonización cuyo móvil es generar un nuevo latifundio via remate de predios fiscales. Su sueño es plasmar de clase media rural de granjeros tipo farmers de EEUU con afán modernizador del agro y cuya labor genere chilenidad rural. Es defensor apasionado de los mapuches víctimas de la ominosa expropiación de su terruño no por España, sino por la administración del Presidente Domingo Santa María. Problema –como sabemos- con solución aun está pendiente. Aboga también por otros damnificados: los colonos criollos de cuyas hijuelas son desalojados –igual que los araucanos- por tinterillos venales, jueces corruptos y la fuerza pública. No escapan de cuestionamiento las concesiones a empresas extranjeras de vastas extensiones en la Patagonia para la explotación ovina. Siempre, alega, se privilegia al extranjero y se perjudica al paisano.
El programa de Nicolás Palacios es de un vigoroso nacionalismo constructivista. Sus puntos esen­ciales tienden a generar justicia social, ampliación de la educación tecnológica, nacionalización de la minería y, en particular, del salitre, establecimiento de la industria pesada, fomento de la produc­ción agropecuaria, desarrollo de una flota mercante y pesquera. Un siglo ha transcurrido desde que formula este programa así como esos reportajes que hoy se reeditan sobre la masacre de pampinos en Iquique el 21.12.1907. Son éstos nuestra contribución al rescate de la memoria colectiva. El ideario posee actualidad, porque representan la fe en lo que somos y combaten la siutiquería de imitar lo foráneo y de vivir en la impostura de creernos europeos. Constituye un hálito de optimismo en un país –que al igual que otros de nuestra América- padece de complejo de inferioridad. De allí la frase “la raza es la mala” mientras cubren de elogio al euroinmigrante y su progenie. Los reportajes reeditados son la defensa de los pampinos masacrados. Del fondo de la historia este médico apostolar invita al orgullo de lo que denomina “raza chilena” y expresa su indignación por la hecatombe.

Cabe, sin embargo, añadir que el galeno -convertido por la circunstancia en periodista- no se sumerge en el maniqueismo de separar a los protagonistas de aquella atraz jornada en una simplona pugna ente "buenos" y "malos" siendo el supremo Satán el general Silva Renard. Deja constancia del tejido social y político de la época poniendo de relieve la intervención del Ministro del Interior de entonces -Rafael Sotomayor Gaete- , de la actitud apática de la clase política, de la miopía de las FFAA, de los vacíos legales para enfrentar situaciones como las que desembocan en el ametrallamiento y sobretodo, el influjo dañino de lo que denomina el "partido inglés". Este conglomerado asocia a gerentes y empleados de las empresas explotadoras del nitrato de sodio y su falange de abogados y políticos nativos. Opera con el discreto respaldo del Reino Unido. En suma es el imperialismo. Palacios no usa el término, pero lo cierto es que esa tienda mixta de patrones extranjeros y de capataces y lacayos "criollos" se había impuesto ya en Concón y Placilla sobre Balmaceda. Ahora hay quienes juzgan obsoleta el concepto "imperialismo" y lo suplantan por "globalización". Es una estrategia para anestesiarnos ante las superpotencias. No se concuerda con los corifeos de la mundialización y con el autor de "Raza chilena" y del reportaje del asesinato de los pampinos de 1907 nos proclamamos antimperialistas. Si nos apuran -libres de complejos- , ajenos a cualquier partido político, enarbolamos bandera nacionalista.



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Profs. Gustavo Galarce M. y Pedro Godoy P.


Santiago, 21 de diciembre de 2007
Centenario de Masacre de Escuela Santa María de Iquique



(*) fotografías 2,3 y 4 son de presentación de "Día de sangre" en Aula Magna de la Universidad Aturo Prat filial Santiago (28.01.08)

1 comentario:

Juan Bragassi dijo...

Nicolás Palacios es una figura importante, ninguneada por quienes ven en él un racista, con planteamiento pseudocientíficos. No se entiende su importancia en plantear la gran pregunta sobre el origen del ser nacional y cómo este se manifiesta en el ámbito inmaterial y material del ayer, presente y del mañana tal cual como la generación que le seguirá en su inquetud: la de 1910 o centenario. Pasaremos de aboradr el tema bajo conceptos entonces en boga de raza, para pasar al alma de la raza de Alberto Cabero, para llegar finalmente al concepto de Chilenidad.