Si el roto es el típico personaje urbano, el huaso lo es del ámbito rural. Es el otro paradigma de la chilenidad. Su doble valoración denuncia nuestra crisis de identidad. Cosecha aplauso y se le juzga gallardo y dadivoso. En la vida cotidiana es sinónimo de grosero y tosco. Se escucha eso de "huaso bien plantao", pero es más frecuente oir aquello de "huasteco", "huasamaco" y el solapado desprecio que encubre la frase "es muy huasito". Hay, por cierto, huasos de chamanto y espuelas de plata y otros de ojota y "pata rajá", pero a decir verdad, unos y otros -en su maridaje con el agro- son huasos.
Lo estudian, ayer, Tomás Lago y, recientemente, René León Echaiz y Alberto Cardemíl. Coinciden en empalmarlo con el Valle Central y, de modo particular, con Colchagua. El origen de la palabra -igual que roto- denuncia nuestro origen mestizo. Podría derivar del quechua y su significado: jinete. También se alude al andalucismo "guasa" que significa "pesado" y "gracioso". Otra hipótesis lo derivan de "guacho", también vocablo aborigen, que designa al párvulo sin padre. En las Escuelas de Sociología se desconocen las obras citadas. Allí, a la rastra, se "cabecean" con Parson y Gibbson.
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