¡Cómo olvidarlo! En mi provinciana ciudad natal bastaba verlas y los niños huíamos. Se rumoreaba que podían raptarnos. No se debía ofenderlas porque "la maldición gitana fataliza". Sin embargo, la curiosidad femenina por el porvenir tentaba a algunas a callejeras sesiones de quiromancia por unas monedas. Siempre las advertían que podían despojarlas de la sortija. Oímos que, en los campos, se les estima "ladrones de gallinas". Los gitanos -de modo discreto- vendían pailas. Arriban -oh, sorpresa- no en carromatos como los impresos en las páginas de "El Peneca", sino en camiones. El campamento, en sitio eriazo, apàrecía de golpe. Luego, sin aviso, se esfuma. Tras si, sólo queda un halo de misterio.
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Se les conoce también como "cíngaros" y hablan romaní. Luego, ya adultos, divisamos varones de esa etnia nómade en subastas de vehículos usados. Exhiben rostros oliváceos y sombreros calañé. Se les juzgan "muy derechos", es decir, "de palabra". La arcaica versión de "Vea" informa sobre la familia California. Sería la generadora de una monarquía de la colectividad. Después representa a este pueblo nuestra TV. Constituye, para algunos, un misterio la gitanería andaluza elogiada por García Lorca y se divulga el término "calé". Aparece vinculada a toreros, a guardias civiles, al flamenco y al cante jondo. Hoy son expulsados de Francia. Otro enigma es el por qué de esa medida de Sarkozy.
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