Entre los aciertos de la actual insurgencia pingüina (1) está la brega por el rescate de la gratuidad que implica el fin del lucro. Data, en el país, desde 1879. También se insiste en la calidad. Lo primero es nítido. Lo segundo lo es menos. Pese a la acumulación de indicadores es difícil definirla. Hay allí un vacío. Lo cierto es que estructurar una república con planteles separados por clases es funesto. Ello acentúa y legitima ese quiebre de la chilenidad que, por lo demás, es tan antiguo como el país mismo. El sistema escolar es apenas su reflejo.
Se oye alegar a los líderes estudiantiles que a los “pobres” les resulta imposible alcanzar puntajes de excelencia en el SIMCE (2) o en la PSU (3) porque portan un bagaje cultural insuficiente. En cambio, los retoños de la clase media y alta acuden a las aulas, en esa esfera, con equipamiento contundente. Subyace en la perorata el ánimo inconfeso de disminuir las exigencias por la situación de indigencia. Otros –sin explicitarlo- acarician el proyecto de abolir la odiosa estratificación. Desconsuela anotar que la meta es altruista, pero no está en el petitorio del movimiento y, por otro lado, es quimérica.
La gratuidad garantiza –en no pequeño grado- la opción igualitaria de oportunidades. Sin embargo no suprime las clases sociales, pero facilita el ascenso ¿De quiénes? ¿De todos? La doctrina pre LOCE (4) establece que sólo de competentes y tesoneros que, en esa época, se denominan “aplicados”. Eso se logra con el policlasismo imperante en la escuela y el liceo. Tal policlasismo, a posteriori, repercutía en la U. Tal amalgama permite al pobre “codearse” con representantes de otros estratos y su respectivo sistema de valores y estilos de comportamiento. A su vez estos aprenderán, por osmosis, a conocer, compartir y respetar a aquellos.
Las escuelas municipalizadas son de “pobres”, es decir, de los que integran los "quintiles 1, 2 o 3”. También se alude a la población escolar “vulnerable” que, frecuentemente, ya está “vulnerada”. Allí se registran brotes de drogradicción, son frecuentes los “embarazos prematuros e indeseados” que obligan a anexar al establecimiento una “sala cuna”, se incrementan las granjerías para las madres prematuras a fin que se gradúen. De tales planteles huyen los hijos de los mismos profesores que allí enseñan y hasta los de los paradocentes. Dado su monoclasismo se reproduce en el plantel la ética y la conducta que lindantes con el lumpen impera en los barrios de los cuales provienen dichos alumnos. Ante ellos retroceden los docentes ya mutilados de atribuciones. Se enjuicia el “autoritarismo” y la consecuencia es el caos.
En aquellos planteles el imperio de la “chatura” es impresiona. Vidrios rotos, mobiliario semidestruido, techos que gotean con cada chubasco, patios sin vegetación, baños desaseados y con grafitos propios de burdel. Los profesores atrincherados en su sala durante los recreos, ajenos a la lectura de la prensa y prisioneros de la plática banal. Coinciden con aquellos trazos pesimistas de Nicanor Parra en “Autorretrato” (5). Los actos matinales con Himno Patrio e izamiento de la bandera, revista de gimnasia y competencias deportivas, declamaciones y coros… son "recuerdos del pasado". La epidemia de mediocridad agobia. La mística magisterial pareciera evaporada en parte por la clausura de las Escuelas Normales… otro chiste del Capitán General (6).
El alumno “vulnerable” o “vulnerado” exhibe desprecio por las asignaturas, adhiere a la “ley del menor esfuerzo”, lo afecta la ataraxia, es decir, la indolencia atávica (7). Visualiza al docente como un pelele. No es muy distinta la situación en los institutos particulares. Sin embargo, en los municipales, convertidos en ghetos, la situación es insostenible. Apoderados y progenitores carecen de respeto por quienes enseñan. Son obstáculos para que el “peque” (8) alcance la U convirtiéndose en “profesional” y gane “harta plata”. Los etiquetan como “verdugos” porque se atreve a “poner rojos” y suelen agredirlos. La dirección calla “para no afectar el prestigio del establecimiento”.
En el imaginario popular la U ya no es el Templo de Minerva, sino una fábrica de reyes Midas. De allí emergen “los que mandan”, es decir, quienen monopolizan el poder, el dinero y el prestigio. Por ese rectángulo blanco enmarcado que cuelga en la muralla –el diploma- la familia es capaz de “vender el alma al Diablo”. La misma construcción del sistema –un edificio de tres pisos- empuja a la U. La infinita multiplicación de liceos poseen como única finalidad las aulas superiores. La profesionalización temprana se suprime. El título se posterga hasta el infinito. La sociedad cree –a pie juntilla- que la prosperidad se alcanza sólo estudiando o “haciendo como que se estudia” . Tal estudio si no culmina en el Olimpo universitario se devalúa. Quizás en el afán de ascenso esté el ancestral desprecio por las manualidades. Concebida la docencia como negocio sobreviene, por la torrencial publicidad, una bulimia masiva de escolaridad. En la cúpula se desata el frenesí de la oferta de postítulos y hasta de… postdoctorados.
No sólo diplomados, magisters, doctorados, sino también se “inventan” pseudo “carreras” como, por ejemplo, la UTEM se hizo famosa porque su exrector impulsa una de “perito judicial” que finaliza con desmanes protagonizados por los alumnos que se sienten estafados. Es recurrente ofrecer la “carrera” de pedagogía. Según anotan los expertos de marketing para “quienes trabajan y no han tenido la posibilidad de acceso a las aulas superiores”. Altruista formulación, pero tras ella se oculta la urgencia de esa Casa de Estudio en orden a “hacer caja”. La iniciativa opera con “catedráticos taxis” (10), ausencia de fondo bibliográfica, el mínimo de exigencia y laxas sesiones lectivas los sábados. Los matriculados son “pobres” para los cuales una nota deficiente es una “estigmatización” y el académico riguroso un “anticuado incapaz de comprender con que sacrificio… pagamos la mensualidad”.
El afán de alcanzar la U –algo así como llegar al Cielo- se consigue con varios artificios… y no sólo con las promociones automáticas. También están oscuras academias que ofrecen “dos o tres años en uno”, los “exámenes libres”, los cursos de nivelación, las “licencias laborales”. Los altos aranceles de ingreso y las mensualidades no acobardan a nadie. A falta de recursos está el crédito bancario. Ninguna familia duda en endeudarse. Es gasolina potente el arribismo. Lo juzgado importante es que el “pequeño genio” alcance esa sucursal del Paraíso que se supone extirpa la pobreza, “muda el pelo” y convierte en Creso al patí pelado. Sobre la marcha el Estado brinda facilidades porque esas matrículas permiten, de modo solapado, disminuir el índice de desempleo y proporcionar un analgésico a millones de desvalidos.
Tengo la certidumbre que estas opiniones no serán publicadas. La libertad de prensa en democracia también es limitada. La censura opera en todo el país. Las disidencias rebotan y carecen de difusión. Las ásperas verdades son ingratas. Se refiere lo suave que invita a la dulce siesta que cierra los ojos. Eso impide observar que en el movimiento estudiantil hay luces y también sombras. Sombras de las cuales son inocentes los actores, sin embargo omiten denunciarlas. Lo conveniente es ensanchar la visión de nuestra estructura escolar que al convertirse en óptimo negocio hoy padece de obesidad mórbida. Al menos así lo sostengo en mis obras, de modo particular, en “Libro negro de nuestra educación”.
(1) apodo derivado de uniforme de alumnos de liceos: pecheras blancas y resto e la indumentaria oscura.
(2) SIMCE examen de medición de rendimiento de Educación Básica.
(3) PSU prueba de selección de ingreso a la U.
(4) ley promulgada por Presidente Pinochet. Destruye el Estado docente y da luz verde a la privatización.
(5) http:77www.letras.s5.com/np01206.ht
(6) grado conferido, excepcionalmente, a Augusto Pinochet.
(7) se recomienda análisis de texto en prosa de Gabriela Mistral titulado “El grito”.
(8) apócope de “pequeño”.
(9) sigla de Educación Media.
(10) Apodo reservado para académicos por horas y no por media jornada o dedicación exclusiva.
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