A Santiago de noche lo sacuden ladridos de miles de perros. Es algo curioso este cariño esquimal por los canes propio de nuestro pueblo. Se justifican aquellos guardianes, pues la delincuencia es sostenido torrente. Sin embargo, a los aproximadamente 250 mil perros vagos capitalinos se unen otra cantidad no menor de mascotas. Pese a prohibiciones sus propietarios las alojan en departamento. Vulneran el reglamento interno del edificio y normas de higiene. Es un fenómeno transversal. En las viviendas más humildes están presentes bajo techo o a la intemperie. Lolas flaites los sacan a pasear con collar y soga. Hay una suerte de quiltros regalones "puertas afuera". Al crecer se les priva de techo, pero no de apoyo. Asì podemos ver tiestos con agua y comida en las veredas.
Esta caninofilia es posible constatarla en grado superlativo recientemernte. Un diario -a propósito de la encuesta CASEN- entrevista a dama reducida a la miseria que sobrevive, por milagro, con suma ínfima. La fotografìa capta la extrema pobreza.y tambièn sus dos gigantescos perros. Apenas ayer, hay reportaje, en TV, a familia de origen mapuche. Las tres hijas son campeonas de pesas y acogidas al programa de talentos deportivos. La vivienda es paupérrima y magra la alimentación . No obstante, y esta es la paradoja, el grupo aparece rodeado de perros y también de gatos. Psicólogos y psiquiatras suelen, sin indagar detalles, recomendar a progenitores de retoños con síntomas de depresión... una mascota. Esos terapeutas -otra paradoja- fomentan así la "mascotitis" convertida ya en epidemia.
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