Así como determinado vestuario,
peinado, baile o música se ponen de moda, lo mismo ocurre con las ideologías.
Estas, por efecto de la pereza criolla, terminan reducidas a terminología. La sustancia está ausente y lo que circula
es la pura hojarasca, es decir, un manojo de lugares comunes que se reiteran
sin nadie preocuparse de su significado. Campean en cualquier momento y en todo
sitio. La fuerza de la moda equivale a una tormenta tropical. Todo lo arrasa no
dejando "títere con cabeza".
En titulares de prensa, discursos
de líderes, opiniones de académicos, pláticas de sobremesa... aparecen las
palabras mágicas. Quien no las pronuncia queda "out" y la exigencia
es estar "in". La historia patria está pavimentada de
"modas" que desidentifican y confunden. No es momento de confeccionar
un catálogo de estas ¡epidemias! generadas por el prurito de la fotocopia, o
sea, por el afán de calco. Tal manía daña tanto como el cáncer.
Una moda, en lo cultural, es la
"modernidad" y la "postmodernidad". Otra la “globalización”.
Otro, no menos mentado, es la “comunidad internacional”. Se trata de un fetiche con fama. De su uso se colige que,
debido a la "globalización", por encima del país, hay un
supergobierno que "manda, prohibe o permite". En el debate de
cátedra, el mismo alumno que ayer critica el bloqueo a Cuba ahora defiende -en
nombre de la "comunidad internacional”- la excomunión de Fujimori y el
proceso a Pinochet.
Hora es que se denuncie que tal
entelequia es el nombre de fantasía del club de las megapotencias también
denominado ONU, OTAN o G-7. Concluyo: las elites de nuestra aldeana república
aún creen - o fingen creer- en el Viejito Pascuero y en la Caperucita Roja. Es
compromiso manifestarlo aunque, como en otros rubros, se obtenga el diploma de
"dinosaurio"... La moda es
aplanadora que convierte en puré al disidente y lo criollo en pieza arqueológica que amerita vitrina de museo así como la identidad nacional, una añeje.
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