Esa mano es la del docente que restaura la armonía basada en la justicia |
No pretende retratar de modo exacto una realidad. Este es un detalle biográfico. Lo juzgo iluminador. Versa sobre las estrategias didácticas propias de la escuela primaria de los años 40. Será evaluada como pura arqueología, pero ùtil recordarla hoy cuando nuestra estructura escolar padece la epidemia del bullying. Hay que complementar el relato añadiendo que entonces los normalistas son espejo de rectitud, depositarios de valores e investidos de autoridad.
El infrascrito es alumno de la Escuela Superior No.1. La condición de "superior" y el ser Nª 1 ya siendo párvulos implica orgullo y compromiso. Los docentes en aulas y patios nos lo hacían presente. Al mismo tiempo insistían "Aquí no sirve el apellido ni el dinero. Todos son iguales. Lo que vale es que sean aplicados". El discurso se reitera a cada instante. Lo profieren docentes visualizados como impecables y rigurosos.
Un día el plantel se desborda de entusiasmo. Hay noticias que los Juegos Diana -por primera vez en La Serena- obsequian entradas para 10 pupilos por curso. Los maestros, las distribuyen en filas organizadas en la puerta de cada sala. Me percato que quedaré excluído. Empujo entonces a un condiscípulo y ocupo su lugar. Soy detectado y de "las patillas" obligado a devolver el sitio usurpado y a pedir disculpas.
La educadora -Eliana Munizaga- había procedido pese a su condición de subordinada de mi padre y exalumna de mi madre. No duda, un instante, amparada por el fuero propio de su rango, impone lo justo sobre lo arbitrario, el derecho del débil sobre la fuerza del abusador. Inolvidable lección de ética cívica. Me valió más que decenas de discursos sobre DDHH. Hoy, simbólicamente, deposito añañucas sobre su tumba.
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