miércoles, 9 de julio de 2014

LIBRO RECOMENDADO

LEONARDO PADURA  Y  "EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS"

ENTREVISTA A LEONARDO PADURA FUENTES

"El hombre que amaba a los perros" cuenta  con diez ediciones internacionales. Entre los múltiples lauros obtenidos, se suma ahora el Premio de la Crítica 2010 ...


Por: Susadny González

En octubre de 1989, un mes antes de la caída del muro de Berlín, el escritor Leonardo Padura Fuentes visitó por primera vez la casa de León Trotski, en Coyoacán. Aquel sitio “que era un monumento al miedo, a la persecución, a la imposibilidad de escapar, tocó una fibra muy especial dentro de mí. La figura de Trotski absolutamente desconocida, vilipendiada y calumniada”, desató en él la misma pasión que el lector puede vivir a lo largo de más de 500 páginas de un libro “escrito y pensado desde la Isla”: El hombre que amaba a los perros.

Luego de La novela de mi vida (2002) sobre el poeta José María Heredia, el escritor, ganador en dos ocasiones del codiciado Premio Internacional Dashiell Hammett, invirtió cinco años de investigación para acometer ese proyecto al que suele catalogar como “una novela compleja en todos los sentidos: histórico, político, literario, estructural e idiomático”. Y que al decir del Premio de literatura Reynaldo González, es “un volumen que va más allá de disciplinas y deberes, pues, realiza una búsqueda de cultura y valores ético-morales”.

“La escritura me llevó tres años”, confiesa el también periodista. “Me fue muy útil la experiencia de La novela de mi vida, aunque aquello era más sencillo y específico y en un contexto más limitado que este, que obliga a tener una visión más abierta, ecuménica, hasta ir creando tu propia opinión”.
El título, además de homenajear a Raymond Chandler, uno de los principales afluentes de la obra de Padura, alude a un rasgo común en la personalidad de Trotsky y Mercader: el amor a los perros.
“Son tres historias que confluyen en determinado momento. Por una parte el exilio de Trotski (1929-1940). Hice una línea que tiene a Mercader como centro y en la cual se explica un poco su origen familiar. El cambio de personalidad de este hombre que estuvo en el círculo más cercano de Trotski. Y una tercera línea que se desarrolla en Cuba a partir del hecho histórico probado de que Mercader vivió y murió aquí. Todo es pura ficción. Parto de la especulación de que Mercader le pudo haber contado esa historia a alguien: un escritor relativamente joven.”

A estos lauros se suma ahora el Premio de la Crítica 2011, otorgado a los títulos más importantes de autores vivos que hayan sido publicados por editoriales cubanas.

Para Padura significa “una compensación”, que no implica desconocer algunas deudas. “El libro nunca llegó a las librerías. En la Feria del Libro se vendieron unos pocos ejemplares. Tampoco se le ha dado la promoción que ha tenido en España, Latinoamérica, Italia, Francia, Dinamarca, Portugal...”

Constituye también una distinción al “empecinamiento y la disciplina” de quien trata “de ser lo más sincero posible con los asuntos con los que trabajo, siempre pensando que no escribo para premios ni editores extranjeros, sino para los lectores cubanos, como todo el mundo sabe”.

No es la primera ocasión que recibe el Premio de la Crítica. ¿La dimensión y repercusión de este libro le confiere algún sentido especial? 

Es la séptima ocasión que lo gano. Pero que sea con esta novela, en Cuba, sin duda tiene una connotación especial. No solo literaria, sino también política. En otras épocas los jurados habrían dejado pasar el toro. Esta vez lo han tomado por los cuernos. No solo yo, sino también ellos forman parte del gran cambio de pensamiento que existe en Cuba y de la conciencia de que es imprescindible repensar nuestra historia, y la del socialismo en el siglo XX, que, no es un secreto, terminó en un gran fracaso.

Una breve revisión a su obra revela cierta afición por los personajes históricos con un destino trágico. ¿Puede explicar esa preferencia? 

Siento una atracción especial y ellos mantienen una relación muy cercana conmigo. Ninguno está escogido al azar o es fruto de una aparición. 
Cuando escribí Adiós, Hemingway tenía una contradicción literaria y humana con ese autor. Un escritor al que admiro, y que su biografía se me fue desmoronando en la medida que la conocí. Heredia me dio la pauta de cómo un hombre que vivió hace 200 años poseía un sentido de cubanía y un sentimiento de pertenencia hacia algo que aún no existía: la isla de Cuba.
El motivo para rescatar a Trotsky fue la conmoción de haber entrado en su casa hace 20 años, donde fue asesinado por órdenes directas de Stalin a manos de Ramón Mercader. La novela empezó a crecer cuando supe que aquel personaje anónimo en la historia había vivido los cuatro años finales de su vida en nuestro país.

León Trotski es una figura muy estudiada. ¿Cómo se planteó abordar al personaje? 

No creo que haga ninguna revelación especial respecto a Trotski. Solo contextualizo su pensamiento y trato de dramatizar esos años en que fue marginado, perseguido, acosado hasta que logran asesinarlo.

Mercader, sin embargo, es una figura absolutamente oscura, sin biografía, sobre el cual existe un solo libro que hizo su hermano Luis Mercader, y está escrito desde el interés de la familia de justificar sus actuaciones. Con él hago un análisis de su posible pensamiento a partir de los hechos que se conocen y los que debieron ocurrir. Los datos que coloco están rodeados de todo un ejercicio de imaginación novelesco para poder completar la dimensión del personaje.

El hombre… ha generado múltiples lecturas. Algunos la tildan de antiestalinista o antirrealismo socialista. Más allá de la ficción, el personaje de Iván supone una especie de alter ego suyo. ¿No teme que se cuestione a voz en cuello su ideología? 

Cuando uno escribe una novela, se expone a todo. Y en el caso de El hombre que amaba a los perros el riesgo se multiplica. Pero no me preocupa. La novela refleja una realidad documentada, “real”, histórica. Si ciertos ortodoxos emiten esos tipos de juicios, también ellos tienen su derecho. Lo cierto es que la enorme mayoría de los lectores que me han hablado de ella me agradecen haber escrito esa historia que consideran necesaria y reveladora, especialmente para los cubanos.

En la obra defiende la posibilidad de que el ser humano se rige por una utopía. Un intento quizá por hacer pensar en las aspiraciones del hombre del siglo XXI… 

Trabajo con la gran utopía del hombre desde los albores de la civilización: la sociedad perfecta, de los iguales, de la justicia. Existió un proceso revolucionario que permitió llegar a esa sociedad, pero muy pronto esa utopía se pervirtió. El stalinismo es la deformación del ideal utópico del socialismo. 
Desde los inicios de la Revolución Rusa se introdujeron medidas que iban en contra de esa utopía. Cuando mueren Lenin y Trotski, esta deformación llega a límites francamente criminales. Moscú se fundamentaba en una política de terror, y este proceso es la punta de un iceberg de terror que recorrió todos los niveles sociales. 


Busca siempre superarse a sí mismo en cada entrega literaria, sin perder la comunicación con su público. ¿En este sentido se han cumplido sus expectativas para con este libro? 

Esta es una novela más compleja que todas las que he escrito anteriormente. No puedo conformarme con haber logrado un nivel de comunicación y sacrificar un espíritu de búsqueda. La obra literaria tiene como función fundamental hacer un acto público que solo se logra con la lectura. Es mi aspiración que la novela se lea con agrado, con pasión, que la gente se identifique con los personajes y que la historia sea reveladora. El libro a pesar de ser mucho más denso que los anteriores, más cargado de historia, política, filosofía, más largo y compacto, logra tener suficiente atractivo.

¿Qué significa para Leonardo Padura ser uno de los novelistas cubanos más leído en la Isla? 

En lo práctico tiene su repercusión, en lo creativo no. Sigo sintiendo la misma inseguridad e incertidumbre de enfrentar un nuevo proyecto, sin saber cómo va a fraguar y eso hace que trabaje con mucho cuidado cada texto. No niego que la práctica de la escritura me ha dado cierta soltura profesional, experiencia y, sobre todo, me ha enseñado a tener paciencia.


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