Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos viven condenados a la humillación. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza se convirtió en ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el 2006.
Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpa. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.
Ya poca Palestina queda. Israel la está borrando del mapa. Los colonos invaden, Tras ellos los soldados corrigen la frontera. Las balas sacralizan el despojo. No hay guerra agresiva que no diga ser defensiva. Bush invade Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se traga otro pedazo de Palestina. La fagocitación se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia le otorga.
Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de la ONU, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales. También el único Estado que legaliza la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando el genocidio de Gaza?
El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel su incondicional vasallo?
El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror y terror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según su macabro diccionario. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar ensaya en esta operación de limpieza étnica.
Y como siempre, en Gaza, por cada cien palestinos muertos, un israelí. Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invita a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Esos medios también nos convidan a creer que son humanitarias las bombas atómicas de Israel y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y sicarios? Ante la tragedia de Gaza, su hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la impunidad.
Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos. La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra.
La cacería de judíos fue una costumbre europea. Sin embargo, desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.
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