Nuestra cartera de Educación es aficionada a
presentar lo añejo como nuevo y lo permanente como obsoleto. Ahora surge como inédita la educación valórica. Habrá quienes –y con razón- estiman que son
contenidos transversales. No faltará el que juzgue indispensable encapsularla en
una asignatura, es decir, en un “ramo”. Habrá que manifestar que ningún tipo de
educación jamás ha dejado de comunicar valores. También disvalores. El
individuo no los trae en los genes, sino los asimila del ambiente o los
internaliza en el aula.
Rol trascendente en la trasferencia de valores corresponde al hogar,
la parroquia, la escuela y –hasta ayer- al cuartel en virtud del Servicio
Militar Obligatorio. Los hay de diversa índole. Los que inquietan son los morales. En esta esfera el aula se enfrenta a un adversario: el relativismo ético. Galopa con gasolina
europea y yanqui, trae el prestigio venenoso de lo forastero y encuentra
acogida en medios de comunicación. La familia, el púlpito, el pupitre están desconcertados
y la milicia, como ámbito docente, se empequeñece.
Todo se
enseña –“nadie nace sabiendo”- y, por ende, todo se aprende. Incluso hablar
castellano y andar erecto son comportamientos aprendidos. Complementariamente,
se colige que son conductas enseñadas. Lo mismo ocurre con los valores.
El progenitor exigiendo al retoño “la verdad, aunque duela”, el sacerdote
exhortando a amar al prójimo, el educador obligando a un alumno a dar disculpas
a un condiscípulo por agravio, el teniente empujando a un recluta a superar el
temor ante un barranco... Unos y otros transfieren valores. Respectivamente, el
valor honradez, bondad, caballerosidad, coraje.
Sin embargo, ¿qué ocurre en el
momento que el sistema valórico se tambalea por la irrupción de otros valores
que juzgamos disvalores o, francamente, contravalores? El condimento del guiso
–dañino para unos y modernizador para otros- como ya se advirtiera es el relativismo ético. Aparece eso de "nada es verdad o mentira, todo es según el cristal con que se mira”. Entonces sobreviene la perplejidad. Habrá
quienes sostenemos que, desde fuera, se vulnera el ethos colectivo y se procura
deshidratar la identidad nacional.
El Poder Ejecutivo aludía –no ha mucho- a su “agenda
valórica”. Incluía –entre otras propuestas-
divorcio vincular, aborto
terapéutico, supresión de la censura, permisividad ante las “drogas blandas”,
matrimonio homosexual, fin de la censura... Tal agenda, indudablemente origina un debate en la comunidad escolar.
La educación valórica si no naufraga al menos queda al garete. Se impone como
agencia educativa la TV en consonancia con esos enfoques etiquetados “progres" a los cuales se añade un torrente de farándula, frivolidad,
silicona, exitismo y apetito de figuración, de dinero y de deleite.
Se
enfatizan las prerrogativas del individuo expresados en Derechos Humanos, en
Derechos del Niño, en Derechos Reproductivos de la Mujer... Sin embargo, no se
divisan por ningún sitio los Deberes. En cada uno se alberga un valor que
enaltece a la persona y fomenta la armonía del grupo. Ello es palpable en los
10 mandamientos. Ese texto es un código valórico milenario, cuya vigencia
pareciera perdurable ¿Lo consideran quienes en el Ministerio de Educación
acaban de inventar el hilo negro y descubrir el agua tibia parloteando sobre la “educación valórica”?
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