Fue en 1972 que vivimos esta experiencia en la Isla.
Era el 25 de julio y fuimos al “Tropicana”. Allí lo que se sabe: salsa y
plumas, alegría y curvas, mulatos y mulatas en armoniosos movimientos de ojos,
cabezas, dorsos y caderas. Ni que hablar de los pies obedientes a la música con
un ritmo espléndido que no lográbamos alcanzar pese a nuestro esfuerzo.
Inmediatamente después de la medianoche el espectáculo cesa y ya siendo 26
comienza la conmemoración del Asalto al Cuartel Moncada. Es la fecha matriz del
proceso revolucionario de inspiración martiana que tumba el batistato y genera
el nuevo orden.
Ya entonces eramos críticos de aquel proceso por el
viraje de Fidel a posturas prosoviéticas. Habíamos experimentado amargura por
el apoyo de La Habana a la irrupción de
tanques rusos a Praga y antes,
vergüenza por el inconsulto retiro de las ojivas nucleares ordenado por
Nikita Kruschev. Sin embargo, como hoy –casi por un asunto de familia-
continuábamos apoyando a Cuba. Se recordaba aquello de “revolución sandía”,
verdeoliva por fuera y roja por dentro, que ya se denunciaba en 1961. No
obstante, Playa Girón nos repletó el pecho de orgullo como en el ayer Dien Bien
Phu y hoy la epopeya de Faluja.
Volvamos al “Tropicana” y evoquemos nuevamente como
sin “orden superior” se modificó la atmósfera de revisteril a militante. Advierto a mi grupo “si estos huevones
se ponen a cantar La Internacional permanezcamos sentados. Por ningún motivo
erguirse ni menos puños en alto”. Obtengo completo apoyo. Efectuaríamos un
acto de oposición agraviando a los “ñangaras” como se conoce a los comunistas
en Cuba. Sin embargo, no ocurre así. A las 12.01 comienzan a batirse palmas y
se escucha el estribillo “¡26, 26, 26...!”. Acto seguido como obedeciendo a un
conjuro mágico se canta el Himno del MR26.
Quedamos “con los crespos hechos”. La Internacional
no fue coreada. Al escuchar ese himno tan emotivamente entonado por la
concurrencia nos sumamos al coro. Aquello era el retorno al 59, a la hora
auroral de los barbudos, el dilatado minuto de la esperanza resurrecccionada.
No había “ñangaras”, sino patriotas y nosotros nos fundimos en la letra de esa
Marsellesa caribeña y concluimos emocionados hasta las lágrimas abrazados con
nuestros paisanos de la Isla. Sentíamos que perduraba el fuego nacionalista de
esa revolución que nos sedujera con sus boinas y machetes, su fervor martiano y
bolivarista.
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