Su hija Laura lo confirma, al maestro –jamás los mapochinos lo
llamamos: “El Colorado”- fue un iconoclasta. Incluso en las relaciones
con el entorno inmediato. Se mantuvo distante de las solemnidades. Sus
discípulos, en esta república andina del Pacífico sur, recordamos ese desplante
irónico que seducía.
Apenas una situación: aprovechando un chasqui le enviamos
paquete de libros y botella de pisco. A
la semana –entonces no existían los e-mails- llega carta suya. Contenía
una sola frase: “Chilenos, para la
próxima menos libros y más pisco”. Nos hizo reír y muchísimo.
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