domingo, 4 de mayo de 2014

EDUCACION Y VALORES

Nuestra cartera de Educación es aficionada a presentar lo añejo como nuevo y lo permanente como obsoleto. Ahora surge como novedosa la educación valórica. Habrá quienes –y con razón- estiman que son contenidos transversales. No faltará quien juzga indispensable encapsularla en una asignatura, es decir, en un “ramo”. Habrá que manifestar que ningún tipo de educación jamás ha dejado de comunicar valores. También disvalores. El individuo no los trae en los genes, sino los asimila del ambiente o los internaliza en el aula. Rol trascendente en esta esfera corresponde al hogar, la parroquia, la escuela y –hasta ayer- al cuartel en virtud del Servicio Militar Obligatorio. Hay valores de diversa índole. Sin embargo, los que inquietan son los morales. En esta esfera los docentes se enfrentan a una medusa: el relativismo ético. Galopa sobre nuestra sociedad con gasolina europea y yanqui, trae el prestigio venenoso de lo forastero y encuentra acogida en medios de comunicación. La familia, el púlpito, el pupitre, el cuartel están desconcertados. Son escenarios en los cuales la docencia de lo valórico se devalua.


Todo  se enseña –“nadie nace sabiendo”- y, por ende, todo se aprende. Incluso hablar castellano y andar erecto son comportamientos aprendidos. Complementariamente, se colige que son comportamientos enseñados. Lo mismo ocurre con los valores. El progenitor exigiendo al retoño “la verdad, aunque duela”, el sacerdote exhortando a amar al prójimo, el docente obligando a un alumno a dar disculpas a un condiscípulo por agravio, el teniente empujando a un recluta a superar el temor ante un barranco... están transfiriendo valores. Respectivamente, el valor honradez, bondad, caballerosidad, coraje. Sin embargo, ¿qué ocurre en el momento que el sistema valórico se tambalea por la irrupción de otros valores que juzgamos disvalores o, francamente, contravalores? El condimento del guiso –dañino para unos y modernizador para otros- es el relativismo ético. Es “el nada es verdad o mentira, todo es según el cristal con que se mira”.  Entonces sobreviene la perplejidad. Habrá quienes sostenemos que, desde fuera, se vulnera el ethos colectivo y se procura deshidratar la identidad nacional.


El Poder Ejecutivo aludía –no ha mucho- a su “agenda valórica”. Incluía –entre otras propuestas-  divorcio vincular,  aborto terapéutico, supresión de la censura, permisividad ante las “drogas blandas”, matrimonio homosexual, fin de la censura... Tal agenda, indudablemente  origina un debate en la comunidad escolar. La educación valórica si no naufraga al menos queda al garete. Se impone como agencia educativa la TV en consonancia con esos enfoques que se etiquetan como “modernos” a los cuales se añade un torrente de farándula, frivolidad, silicona, exitismo y apetito de figuración, de dinero y de deleite. Se enfatizan las prerrogativas del individuo expresados en Derechos Humanos, en Derechos del Niño, en Derechos Reproductivos de la Mujer... Sin embargo, no se divisan por ningún sitio los Deberes. En cada uno se alberga un valor que enaltece a la persona y fomenta la armonía del grupo. Ello es palpable en los 10 mandamientos. Ese texto es un código valórico milenario, pero cuya vigencia pareciera perdurable ¿Lo consideran quienes en el Ministerio de Educación acaban de inventar el hilo negro parloteando de “educación valórica”?    



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