La ciudadanía restringe la educación
sólo a lo escolar. Abrumadoramente comulga con el dogma según el cual el aula metamorfosea
la ignorancia en saber, la
ordinariez en cortesía, la pereza en laboriosidad, al “flaite” en “caballero”...
y, en una república, el atraso en desarrollo. Escuelas, liceos y UU se juzgan
manantiales en medio del arenal.
Lo cierto es que la persona, la
familia y el país superan sus debilidades no sólo con la escolaridad,
sino principalmente con el trabajo duro, el ahorro esforzado y el
emprendimiento creativo. La
prosperidad no se genera sólo
con expandir la cobertura. Eso es pura alquimia, es decir, aquella pseudociencia medioeval
que ofrecía mutar el plomo en oro.
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